En lo profundo de los paisajes agroforestales del sur de Etiopía, donde los agricultores cultivan granos y crían ganado, ovejas, cabras y burros, los investigadores contaron más de 4 100 aves como parte de una evaluación sobre la productividad agrícola y la biodiversidad.
Los investigadores también contaron aproximadamente 4 473 árboles individuales de 52 especies de árboles en el mismo estudio, que creen que es el primero en vincular indicadores clave de biodiversidad con más de un indicador de productividad agrícola, considerando tres de los productos que las personas en las comunidades rurales valoran más: el forraje, el combustible y la comida.
Esto ha llevado a dos nuevas conclusiones importantes: alentar la biodiversidad en y alrededor de las tierras agrícolas probablemente incrementa su productividad, y que las mediciones de la productividad deben ampliarse para incluir lo que es importante para los medios de vida locales.
Con frecuencia, la productividad agrícola se mide a través de una lente muy estrecha, como el rendimiento de los cultivos por sí solo. Pero según el estudio, eso ha desatendido las perspectivas locales de lo que es realmente importante para las personas en términos de servicios ecosistémicos.
Tomemos, por ejemplo, los árboles: además de proveer potencialmente alimentos, también benefician el rendimiento de los cultivos al controlar la erosión, capturan nutrientes para el suelo a través de sus raíces, ayudan a regular el clima y proporcionan hábitats para animales e insectos, incluidos enemigos naturales como las plagas de cultivos. El estudio descubrió que, en esta región de Etiopía, la productividad agrícola era mayor en áreas con gran cobertura arbórea que en paisajes donde se habían eliminado árboles para obtener más espacio para cultivar.
“Necesitamos entender cuál sería la mejor manera de producir alimentos con consecuencias negativas mínimas para la biodiversidad”, dice el investigador principal Frédéric Baudron, desafiando la suposición de intercambiar unos por otros con la fe de que la intensificación agrícola y la conservación de la biodiversidad se puedan lograr juntas.
Este estudio se produce en medio de las preocupaciones de que una creciente demanda de alimentos y combustible para servir a la creciente población mundial – la cual pretende alcanzar los 9 mil millones para 2050 – impulsará una mayor expansión e intensificación de la agricultura.
La proliferación de ambos factores causaría probablemente un daño real a los paisajes y la biodiversidad, amenazando los compuestos naturales esenciales del mundo para alimentarse, advierte Baudron. “Eso tiene serias implicaciones para la sostenibilidad de nuestro sistema global de producción de alimentos”, dice. “Necesitamos la biodiversidad como un insumo esencial”.
También plantea el tema de la justicia. La pérdida de biodiversidad afecta más a los millones de pequeños agricultores en los países en vías de desarrollo – que constituyen la mayoría de los agricultores en todo el mundo – porque dependen casi exclusivamente de los servicios de los ecosistemas, y no de insumos externos para la producción. Y la producción comestible resultante es crucial para todos; según las estadísticas de la FAO, las granjas familiares producen más del 80 % de los alimentos del mundo en términos de valor.
Baudron afirma que los hallazgos del estudio influyen en la forma en que las granjas familiares pequeñas deben gestionarse mediante políticas y en los principales esfuerzos de restauración, dado que la ubicación y configuración de los árboles tiene implicaciones enormes para la biodiversidad y los servicios ecosistémicos que brinda.
En otras palabras, la biodiversidad no debería ser una ventaja de los paisajes productivos. El estudio sugiere que los paisajes productivos deben diseñarse para aprovechar al máximo todos los servicios proporcionados por la biodiversidad.
El trabajo fue parte del “Proyecto de Cambio Agrario”, con fondos del Ministerio de Desarrollo Internacional del Reino Unido (DFID por sus siglas en inglés), la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID por sus siglas en ingles) y el Programa de Investigación sobre el Trigo del CGIAR.
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