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El mejoramiento internacional de trigo genera miles de millones en beneficios pero sigue siendo difícil conseguir financiamiento estable

¿Qué tienen en común un chapati, una matzá o el cuscús? La respuesta es el trigo, fuente del 20% de las calorías y las proteínas que se consumen en el mundo.

J. Cumes/CIMMYT
J. Cumes/CIMMYT

Martin Kropff es el director general del CIMMYT y Juergen Voegele es el director de Servicios de Agricultura y Medio Ambiente del Banco Mundial.

¿Qué tienen en común un chapati, una matzá o el cuscús? La respuesta es el trigo, fuente del 20% de las calorías y las proteínas que se consumen en el mundo.

No obstante, sigue siendo difícil obtener financiamiento estable y constante para la investigación que hace el sector público sobre este importante grano alimentario.

Durante 45 años, excelentes científicos de dos centros de investigación del CGIAR —sistema internacional único de investigación que trabaja con los cultivos más importantes para los productores de bajos recursos en los países en desarrollo— han luchado contra viento y marea para generar trigos con el fin de nutrir a la creciente población mundial. Sus innovaciones han ayudado a aumentar los rendimientos de trigo, combatir plagas dañinas y evitar enfermedades, y mejorar la vida de casi 80 millones de agricultores de bajos recursos.

El trigo juega un gran papel en la alimentación de la familia humana. El trigo es el alimento básico de más de 1,200 millones de consumidores de bajos recursos.

Pequeñas inversiones, grandes beneficios: La investigación muestra el camino
Un nuevo informe del Programa TRIGO del CGIAR revela que de 1994 a 2014, con una inversión anual de apenas US $30 millones, la investigación de trigo generó, cada año, beneficios del orden de US $2,200 millones a US $3,100 millones. Dicho de otro modo, por cada dólar invertido en el mejoramiento de trigo, se generaron de US $73 a US $103 en beneficios directos que ayudaron a productores y consumidores por igual. Sin duda, estas atractivas cifras —que son conservadoras porque incluyen únicamente los beneficios generados a partir de los rendimientos pero no de otras características— son capaces de despertar el interés de cualquier economista o contador práctico que busque una inversión que produzca buenos beneficios.

Productos de la ciencia como las líneas de trigo mejoradas del CIMMYT (Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo con base en México) y del ICARDA (Centro Internacional de Investigación en Zonas Áridas) –ambos miembros del CGIAR– están a disposición, sin costo, de quien los solicite y además son el motor que impulsa el mejoramiento de trigo a nivel mundial. Tan solo el CIMMYT distribuye anualmente medio millón de paquetes de semillas de maíz y de trigo derivadas de su investigación a 346 colaboradores de programas de mejoramiento públicos y privados en 79 países donde estos cultivos son la base de la dieta de las personas.

Hoy en día, la rápida difusión de las variedades de trigo adaptadas a diversas ecologías es uno de los éxitos poco conocidos de la ciencia agrícola. Casi 50% de la superficie mundial de trigo se siembra con variedades que provienen de la investigación de los científicos del CGIAR y su red internacional de colaboradores. Incluso ahora que la tendencia a consumir dietas sin trigo en los países industrializados va en aumento —ya sea por elección personal o por cuestiones médicas, como en el caso de la celiaquía—, es cada vez más obvio que el trigo seguirá siendo un grano importante en la dieta de millones de personas que viven en las economías emergentes.

P. Lowe/CIMMYT
P. Lowe/CIMMYT

La alimentación en un clima cambiante: El futuro ya está aquí
¿Entonces qué hay de malo en el escenario que planteamos arriba? No hay que olvidar que el CIMMYT entró en escena hace cinco décadas, y que desde entonces, la ciencia aplicada ha generado y diseminado, con financiamiento público, variedades mejoradas de cultivos alimentarios que los agricultores piden y los consumidores necesitan.

Nuestro gran problema, la gran incógnita, es el cambio climático. Por cada grado Celsius que la temperatura aumenta durante el ciclo de cultivo, la producción de trigo disminuye en un impresionante 6%.

Para combatir el calor, los científicos del CIMMYT trabajan en rediseñar la planta de trigo para dotarla con tolerancia a temperaturas extremas y otros factores ambientales. Las nuevas metas incluyen mejorar radicalmente la forma en que el trigo utiliza la luz solar y entender mejor las señales internas mediante las cuales las plantas coordinan sus actividades y sus respuestas a la falta de agua y las altas temperaturas.

Se proyecta que, a escala mundial, la demanda de alimentos aumentará 20% en los próximos 15 años y que los mayores aumentos se registrarán en África subsahariana, el sur y el este de Asia, donde el hambre, la pobreza y la desnutrición coinciden con los efectos adversos del medio ambiente y la degradación extrema de recursos.

El cambio climático ya está causando estragos en el sistema alimentario mundial.

En 2009, México perdió 20% de su producción de maíz a causa de la sequía. En 2011, eventos climáticos extremos como los ciclones destruyeron la tercera parte de la producción de arroz de Sri Lanka y causaron grandes estragos en los arrozales de Madagascar, uno de los países más pobres del mundo. Este año, dos temporadas sucesivas de lluvias escasas provocadas por El Niño han diezmado las cosechas de maíz en África y dejado a millones de personas padeciendo hambre.

No existen indicios de que la demanda de alimentos, impulsada por la población, la rápida urbanización y la creciente riqueza a nivel mundial, disminuya en el futuro. Para satisfacer la demanda de alimentos aumentando la productividad, el rendimiento de los cereales (y no solo del trigo) tendría que incrementar un 3% anual, cifra que es 40% mayor que el aumento de 2.1% que se logró de 2000 a 2013. Lamentablemente, los fitomejoradores no pueden darse el lujo de la complacencia. Se necesita más de una década para generar y ensayar variedades nuevas, obtener la certificación nacional y distribuirlas por conducto del mercado o los sistemas de distribución de semilla.

Los científicos del CGIAR trabajan contrarreloj para superar estos retos. Para darnos una idea del futuro, un equipo de eminentes científicos del Centro Internacional de la Papa, miembro del CGIAR con base en Lima, Perú, y la NASA tratarán de sembrar papas en el suelo de Marte para demostrar que estos resistentes tubérculos son capaces de crecer en los ambientes más hostiles.

Ahora que los formuladores de políticas de todo el mundo empiezan a reconocer que los alimentos, la energía, el agua y la paz están interrelacionados, cada dólar que se invierta en mejorar la nutrición y la seguridad alimentaria a nivel mundial será una inversión en el futuro de la humanidad.

Para crear cultivos, ganado, peces y árboles que sean más productivos y resilientes y que dejen una menor huella en el medioambiente, el CGIAR está haciendo un llamado a aumentar los recursos de su fondo a US $1.35 miles de millones para 2020. ¿Alguien está escuchando?