El trabajo del CIMMYT repercute en la vida de millones de personas en el mundo. Sin embargo, como muchos sabemos, los impactos no son tan notorios u obvios como deberían ser. ¿Por qué?
Un artículo publicado esta semana por la revista Wired señala que quizá el problema reside en la forma en que el sector tecnológico promueve sus productos, la cual suele centrarse precisamente en “el producto” y no en demostrar de qué manera la tecnología beneficia a los usuarios.
A fin de lograr que nuestro trabajo sea más útil y significativo para una audiencia cada vez más amplia, el Programa de Recursos Genéticos, que dirige Kevin Pixley, llevó a cabo una mesa redonda en la que los participantes discutieron el papel de la ciencia y la información en un panorama social más amplio, ya que se relaciona con transgénicos (la técnica de introducir material genético ajeno en el ADN de un organismo).
Cerca de 30 personas estuvieron presentes en la reunión, celebrada el 14 de marzo en El Batán, entre ellos, Fred Gould, Carolina St. Pierre, Yasmín Cardoza, Carolina Camacho, Lone Badstue, Nora Haenn, Carolina Roa, Jason Delborne, Hans Braun, Kevin Pixley y el director general, Thomas Lumpkin. El resultado fue una conversación dinámica y profunda en torno al desarrollo, uso y aprovechamiento de productos transgénicos y de qué manera el CIMMYT puede desempeñar un papel constructivo para garantizar que sólo se apliquen los más altos estándares y las mejores prácticas.
A medida que los participaban analizaban los retos, oportunidades y limitaciones de los transgénicos en el contexto de la seguridad alimentaria y la sustentabilidad —como las probables implicaciones legales— iban surgiendo varias ideas interesantes. Una de las cuestiones que se abordó fue la opinión desfavorable de muchos conservacionistas que defienden las variedades criollas y el sistema tradicional de siembra en Oaxaca; esto subraya la importancia de contar con un sistema de información proactiva que ayude a resolver las dudas de los interesados y que divulgue datos científicos de manera que resulten pertinentes para los agricultores.
En este sentido, Pixley mencionó que quizá uno de los temas de discusión más importantes era que los cultivos transgénicos “no ofrecen ningún beneficio directo a los consumidores. Es indudable que existe un beneficio para los agricultores y los productores, pero no tenemos un buen ejemplo de algún cultivo transgénico que genere beneficios cuantiosos o claros, lo cual podría ser un factor decisivo para fomentar su interés en lo que esta tecnología puede ofrecerles.
Los puntos de vista de Badstue y Camacho fueron parecidos, ya que en su opinión los investigadores y las instituciones científicas “necesitan ser más proactivos cuando se trata de incorporar prácticas más equitativas e integrar las necesidades de la gente en los resultados de la investigación”. Agregaron que las comunicaciones deben cambiar “del modelo de déficit, en el que la meta es ofrecer información a un público que desconoce el tema”, a un mensaje que “se alinee con las metas de un grupo pequeño y mediano de interesados al que estamos tratando de ayudar.”
Casi al final de la reunión, surgieron dos temas importantes: Los diálogos en torno a los transgénicos tienen que trascender del dominio de la ciencia e incorporarse a otros sectores de la sociedad a los que les interesa o les preocupa su uso; y los investigadores deben estar preparados porque habrá personas fuera del ámbito de la ciencia que quieran convencerlos de cuál es la mejor manera de abordar este asunto de los transgénicos, uno de los más polémicos de nuestro tiempo.