El destino de los agricultores y las razas criollas de maíz en los valles altos de México depende de complejas interacciones entre la economías a escala global y local.
Investigadores, medios de comunicación y miembros de organismos de la sociedad civil de muchos lugares han expresado su preocupación por la aparente pérdida de la diversidad del maíz criollo de México, ya sea mediante la sustitución de variedades científicamente mejoradas o simplemente porque los campesinos que las crearon, y que suelen ser los custodios de esa diversidad, se han desplazado a otros lugares. El número de razas criollas ha disminuido como resultado de estos fenómenos, según datos de estudios realizados por el CIMMYT, pero la diversidad criolla sigue siendo apreciada y protegida por los agricultores locales.
Dos destinos que se entrecruzan, el de los agricultores y el del maíz criollo en el valle de Toluca, en los valles altos de la zona centro de México, ilustran la complejidad de las fuerzas que actúan. En estos lugares, las exigencias de la competencia internacional son balanceadas por las oportunidades de comercialización que tienen productos especializados en los grandes mercados urbanos. Curiosamente, hay ocasiones en que las razas criollas aún predominan sobre las variedades mejoradas.
Los agricultores en busca de opciones en una cambiante economía
Ricardo Becerril es un hombre relativamente joven, pero expresa con la serena autoridad de un hombre maduro. Cuando le preguntamos si las variedades de maíz que los agricultores han cultivado por generaciones están en peligro de extinción, levanta una ceja y parece que su respuesta proviene desde lo más profundo de la experiencia que ha adquirido en la finca de su padre. “No, aquí no” –contesta. “Para nosotros han sido buenas, incluso si no han sido mejoradas, o cuando menos sometidas sometidas a una selección mínima y empírica.”
El día de hoy Becerril es anfitrión de un grupo de 20 agricultores de Taborda, la comunidad de donde él es originario, quienes vinieron para escuchar una explicación que dio acerca de la agricultura orgánica. Como casi todos los agricultores del valle, él está constantemente en busca de nuevas y mejores opciones, ya que la economía mexicana y el clima en torno a ellos cambian con rapidez. Según los modelos de los países en desarrollo, estos agricultores alcanzan la categoría de productores a gran escala y prósperos, con explotaciones promedio de 10 o más hectáreas y que tienen a un paso los mercados urbanos en expansión de Toluca y la Ciudad de México. Ellos manifiestan su añoranza por los viejos tiempos, cuando podían aún sostenerse con la venta del maíz que sembraban. Este modo de vida comenzó a desvanecerse en 1994, cuando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) entre Estados Unidos, Canadá y México abrió las fronteras de México a una avalancha de maíz subsidiado de los Estados Unidos. Ahora, hasta con la considerable alza en los precios del maíz derivada del impulso que está dándosele a los biocombustibles, los agricultores apenas alcanzan a cubrir los costos de producción con la venta del grano. Por tanto, agregando valor a su capacidad tradicional de cultivar maíz, poco después del TLCAN encontraron un nuevo uso para su producción. “Como la venta de maíz no es redituable para nosotros, decidimos utilizarlo para alimentar nuestro ganado lanar y vacuno –dice Becerril, cuya granja familiar se dedica a la engorda de 300 a 400 cabezas al año.
Cuando la biomasa supera al grano
Becerril y los otros agricultores del valle de Toluca producen diversos cultivos, como trigo, avena y sorgo, pero el maíz es su principal sostén. Sus variedades locales (criollo blanco y criollo amarillo) —básicamente de origen indígena—han estado al borde de la extinción, según Dagoberto Flores, asistente de investigación en la Unidad de Focalización y Evaluación de Impactos del CIMMYT. “Los agricultores me dijeron que una vez sustituyeron sus variedades criollas por variedades mejoradas, hace algunos años” –señaló. “El maíz mejorado no les gustó porque era más corto y producía menos forraje: regresaron a sus variedades criollas. Les pregunté si no se había perdido la semilla. Me contestaron ‘claro que no—algunos de los más viejos habían seguido sembrando la antigua semilla en pequeñas parcelas y de esa manera pudimos recuperarla’.”
Flores ha hablado con los agricultores de Taborda y otras comunidades en el valle de Toluca, como parte de los estudios del CIMMYT en torno al valor de los residuos de maíz para forraje en los mercados locales. El Centro está promoviendo la cero labranza y otras prácticas de conservación de recursos, que de ordinario precisan que los agricultores dejen los tallos y las hojas del cultivo anterior en la superficie del suelo, en lugar de darlo todo a los animales. En cualquier caso, donde la producción de forraje genera ganancias, un tipo de planta como el del maíz criollo, con más biomasa sobre la superficie, podría tener sus ventajas.
Becerril siembra una variedad de híbridos de maíz, pero sigue sembrando y confiando en el maíz criollo. Entre otras cosas, a él le gustan los rendimientos de los criollos y el hecho de que su semilla es barata o sin costo, y puede conseguirla en la zona. “Si no podemos tener suficiente con nuestras variedades locales, ¿cómo vamos a hacerlo con los híbridos? Los compramos un año, tenemos buena semilla, pero al año siguiente ya no hay. Creo que debemos conservar nuestros materiales locales, porque el comportamiento de los híbridos o trangénicos nunca será igual al de los criollos.”
El valor de la diversidad
En el banco de germoplasma de maíz del CIMMYT hay 23,000 muestras únicas de semilla de maíz criollo, incluidas las razas criollas del valle de Toluca, que se almacenan hasta el día en que la humanidad pudiera necesitarla. Mucho de este maíz ya no se siembra en los terrenos de los agricultores. “Entre otras cosas, esta diversidad representa una protección contra nuevas enfermedades o plagas” –explica Suketoshi Taba, jefe de recursos genéticos de maíz en el at CIMMYT. Cita un ejemplo reciente de los investigadores del CIMMYT en África Oriental que están generando nuevas variedades que resisten el barrenador grande. En seis meses, la plaga puede consumir un tercio del grano almacenado de un agricultor. “Esta resistencia provino de la semilla de maíz del Caribe que se recolectó hace 40 o 50 años y se mejoró en los programas fitotécnicos” –comenta Taba. De igual modo, él y su equipo de trabajo proporcionan a los investigadores o agricultores semilla de colecciones antiguas de maíz criollo para ¨mejorar¨ las versiones más recientes, con lo cual es más probable que los agricultores se beneficien al sembrar esos materiales.
Si los agricultores se quedan en su tierra, se quedará también el maíz
La agilidad con que Pedro León Peredo salta desde un ruidoso tractor nos muestra el vigor que tiene a sus 73 años. Originario de Los Reyes, Pedro siembra unas 20 hectáreas de maíz, avena y forraje para la engorda de entre 200 y 300 cabezas de ganado lanar y vacuno al año. Utiliza híbridos de maíz, pero también produce una buena parte de maíz criollo. Como fertilizante emplea estiércol, ara encima de algunos residuos y rota sus cultivos, sobre todo maíz local e híbridos: “Hemos ensayado los híbridos y después de sembrarlos por varios ciclos en un lugar, absorben todos los nutrientes y, en consecuencia, o no crecen o no rinden bien” –dice León. Le contó también a Flores de cuando en un año hubo mucha lluvia y fuertes vientos, que el maíz criollo, que es más robusto, cayó al suelo, pero que los híbridos rindieron bien.
Muchos de los agricultores que Flores entrevistó tienen 40 o más años, un hecho que muestra una demografía de migrantes. “Ellos son los que en verdad aprecian los criollos, dicen que las tortillas saben más sabrosas y que se conservan mejor que aquellas que se elaboran con grano de híbridos” –declara Flores. “Dicen que hasta los animales prefieren el forraje de maíz criollo.”