En la comunidad de San Vicente Cumpich, Campeche, un productor ha adoptado la agricultura de conservación como una forma de mejorar la rentabilidad y la sostenibilidad de sus cultivos. Raúl Rodrigo M., un joven agricultor de tan solo 25 años, lleva a cabo prácticas novedosas que han cambiado su forma de trabajar la tierra con resultados favorables.
En los últimos cinco años, ha implementado el uso de prácticas sustentables, ya que ha dejado de quemar la tierra después de la cosecha como lo hacía su abuelo, y en su lugar, ha incorporado el rastrojo (restos de tallos y hojas que quedan en el campo después de la cosecha) al suelo para aprovechar sus nutrientes. Este pequeño cambio ha disminuido notablemente la necesidad de utilizar fertilizantes químicos: “Al no quemar el rastrojo, se ha conservado la materia orgánica en el suelo, lo que ha reducido mis costos en fertilizantes y he mejorado los rendimientos, incluso en tiempos de sequía”, señaló el productor.
Durante una temporada de una sequía severa, el joven productor obtuvo un rendimiento de 4 toneladas por hectárea, un resultado relevante en comparación con las cosechas de cultivos llevadas a cabo con prácticas tradicionales, además de considerar las difíciles condiciones derivadas del cambio climático.
Asimismo, ha trabajado con instituciones gubernamentales y centros de investigación, como el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), que le han brindado conocimientos sobre fertilizantes orgánicos y semillas resistentes a las nuevas condiciones climáticas. Estas colaboraciones han permitido la creación de parcelas de demostración (conocidas como vitrinas) donde se prueba con diferentes variedades de maíz. “Estamos probando unas nuevas semillas y estamos muy contentos con los primeros resultados”, afirmó.
Al momento de tratar de realizar estas prácticas, uno de los mayores retos que enfrentó fue la resistencia de su padre, quien durante años trabajó los cultivos de manera convencional . Sin embargo, al ver los resultados positivos en los rendimientos de este tipo de prácticas, su padre ha aceptado la incorporación de las innovaciones en sus parcelas. “Al principio fue difícil convencerlo, pero cuando vio los resultados, cambió de opinión. Ahora trabajamos juntos y aplicamos estas técnicas en todas nuestras parcelas”, relató orgulloso.
Además, Raúl se dedica a compartir su conocimiento con otros agricultores de su comunidad al instruirlos cuando le preguntan cómo hacer para la producción de mazorcas tan grandes. Por medio de la venta de insumos agrícolas promueve la adopción de este tipo de agricultura, ya que recomienda no quemar el rastrojo y reducir el uso de fertilizantes químicos. “La base de todo es la conservación del suelo. Si no cuidamos nuestra tierra, llegará un momento en que no podremos producir más”, advierte.
Para quienes todavía dudan en implementar estas prácticas sustentables, su mensaje es claro: “Empiecen poco a poco, prueben en un pequeño espacio y vean los resultados. El cambio es posible, y los beneficios son muchos”. Sin importar su edad, Raúl está decidido a seguir aprendiendo y a mejorar en la implementación de este tipo de prácticas. Su entusiasmo por el campo lo motiva a seguir innovando.
La agricultura de conservación le ha permitido fortalecer los vínculos familiares y con su tierra, además de mejorar su productividad. “Si algo te gusta, lo vas a hacer con pasión, esa es la clave”, concluye.