Este ha sido uno de los años con menos lluvias en el estado de Oaxaca. De acuerdo con el Monitor de Sequía en México —de la Comisión Nacional del Agua (Conagua)—, al 15 de mayo, 81% de los municipios de la entidad presentaban problemas de sequía; al 31 de agosto, esta prevalecía en 77% de ellos; y hasta hace algunos días (15 de octubre), la situación de sequía continuaba en más de la mitad de los municipios oaxaqueños.
Visto desde los pronósticos climatológicos, y sin alarmismos, este panorama es sólo el inicio de una situación más severa. De acuerdo con los escenarios del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC), en los próximos 24 años Oaxaca presentará mayor aridez en todo su territorio (debido a una disminución significativa en la precipitación pluvial y un aumento de la temperatura) y la lluvia media anual se reducirá 6% en el futuro cercano (2015-2039).
Se pronostica que la temperatura incremente al menos 2 °C en la mayor parte del estado (Programa Estatal de Cambio Climático de Oaxaca 2016-2022). Los datos históricos confirman que hay un aumento gradual de las temperaturas media y máxima promedio, así como una ligera reducción en la temperatura mínima. Esto se podría percibir como veranos más calurosos e inviernos más fríos.
En medio de este panorama (desolador pero posible), la pregunta es ¿qué se puede hacer cuando más de 90% de la superficie cultivada en Oaxaca es de temporal y el destino de la producción es, mayoritariamente, el autoconsumo? Las dimensiones del problema requieren acciones inmediatas, pues tan sólo la falta de agua durante el ciclo productivo primavera-verano 2019 afectará la alimentación de amplios sectores de la población oaxaqueña, particularmente del 27.9% que se encuentra en situación de pobreza alimentaria (Coneval).
A pesar de los efectos del cambio climático, que avanzan silenciosa pero inevitablemente, Oaxaca se sigue consolidando como uno de los destinos turísticos más atractivos del país. Sólo por las celebraciones del Día de Muertos, la Secretaría de Turismo del estado prevé una derrama económica de 186 millones de pesos. ¿Podrían la cultura y el turismo ayudar a mitigar, de alguna manera, los efectos del clima cambiante?
Programas como MasAgro —que impulsan la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT)— promueven prácticas sustentables para que los productores se adapten y sean resilientes ante los efectos del cambio climático (como el mantenimiento del rastrojo como cobertura del suelo, lo cual mejora su capacidad de cosechar agua de lluvia; la rotación de cultivos; y la introducción de especies con menor requerimiento hídrico, lo que adicionalmente permite romper ciclos de plagas y enfermedades), pero se necesita el apoyo de toda la sociedad para potenciar estos esfuerzos.
Por lo anterior, se extiende una cordial invitación para que en esta temporada visiten la parcela del señor Nicolás Ramos Daniel, ubicada en el municipio de Magdalena Apasco, Oaxaca. Allí podrán encontrar un auténtico jardín de cempasúchil que ha florecido en medio de un contexto de sequía (se han cultivado dos variedades: borla y girasol), por lo que representa —en muchos sentidos— la resiliencia del campo oaxaqueño ante el cambio climático y la disposición de los productores de esa entidad para innovar.
Con el apoyo de la sociedad, la riqueza biocultural puede ser aprovechada para fomentar modelos de negocio que permitan vincular a pequeños productores con el consumidor y, al mismo tiempo, incentivar a más productores a transitar hacia una agricultura más productiva, rentable y ambientalmente sustentable, de modo que sea posible construir escenarios positivos aun con pronósticos de menos lluvia, más calor y mayor población.