Las funciones de Adriana abarcan la sanidad, el mantenimiento y el control del equipo y maquinaria. Coordina a 12 jornaleros, todos hombres, lo cual —comenta— no ha sido problema porque los trata con respeto y ellos a ella también. En este trabajo, menciona, aprendió a conducir el tractor —con todo y sus implementos—, hacer manejo de las plagas y administrar el riego.
Adriana es mamá de tres hijos —de 16, 10 y ocho años, respectivamente— quienes se enorgullecen de las capacidades que ha desarrollado en su trabajo pues, aunque solo cuenta con preparatoria trunca, es inteligente, aprende rápido y ha desarrollado muchas capacidades —incluyendo primeros auxilios en caso de que uno de los trabajadores se intoxique—.
Con respecto a la capacitación de las mujeres, dice convencida: “Es importante que nos den la oportunidad de meternos a campo, que vean que también las mujeres podemos hacer el trabajo y ser igual de eficientes que los hombres. Desde mi experiencia, les diría a otras mujeres que las ganas de aprender son muy importantes. Aprendiendo y preguntando, llegamos a cualquier lugar. Así que, mujeres, échenle ganas, todas podemos hacerlo, es algo muy hermoso trabajar en el campo”.
Como Adriana, hay muchas otras mujeres en el campo a quienes es necesario visibilizar, darles el reconocimiento que merecen y acercarles los instrumentos de apoyo necesarios pues, aunque su papel en el campo es generalmente subvalorado, ellas han demostrado una capacidad de adaptación e integración loables. Además, son promotoras naturales para compartir los aprendizajes y complementarlos con sus propios hallazgos.
La persistencia de ciertas normas culturales ha propiciado que la mujer, en general, no sea sujeta de crédito u otros apoyos —a pesar de que la experiencia señala que las mujeres son ampliamente responsables en el cumplimiento de sus actividades crediticias—, generalmente porque no son posesionarias legales de las parcelas que, sin embargo, trabajan. Luego entonces, aunque su voz es muy importante, no es frecuente escucharla en las asambleas de los ejidos.
Actualmente existen notables esfuerzos institucionales para apoyar el desarrollo de las mujeres en el sector rural —FIRA maneja un bono social de género y la SDAyR de Guanajuato tiene programas de apoyo a la microempresa femenina—; no obstante, el mayor reto lo tienen precisamente las mujeres rurales, quienes deben convencerse de su propia valía y modificar los patrones culturales que nos impiden desarrollarnos —en las capacitaciones en las que participo, por ejemplo, la mayoría de mujeres se sienta en la parte de atrás, se relegan, precisamente por estos patrones culturales—.
Fortalecer el papel estratégico de la mujer rural permite, además, facilitar el relevo generacional en el campo: siendo nosotras las principales formadoras de valores en el hogar, podríamos contribuir a la construcción de un tejido social más sano y acercar a los niños y jóvenes al campo. Por este y otros motivos, es fundamental que las políticas sociales y los diversos proyectos sean inclusivos, con perspectiva de género, para apoyar a mujeres que, como Adriana, quieren seguir superándose, o como tantos otros casos de éxito de mujeres trabajando en sus traspatios.
*Araceli Donghú Ángeles es formadora para el programa MasAgro Guanajuato, de la Secretaría de Desarrollo Agroalimentario y Rural (SDAyR) de Guanajuato y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), y cuenta con más de 20 años de experiencia como extensionista.