La desertificación es un tipo particular de degradación del suelo que ocurre en tierras secas y puede tener efectos ambientales y sociales muy graves, como la subalimentación y la migración. Se estima, de hecho, que 74 % de las personas en situación de pobreza en el mundo son afectadas directamente por la desertificación.
La desertificación es diferente a la formación de desiertos, pues este fenómeno no solo es inducido por las variaciones climáticas, sino que es causado —fundamentalmente— por la actividad humana (prácticas agrícolas inadecuadas, sobrepastoreo, deforestación, sistemas de irrigación inapropiados e —incluso— dinámicas socioeconómicas poco pertinentes que favorecen la pérdida de la cobertura vegetal que protege al suelo). Además, disminuye la productividad y la riqueza biológica de los suelos, ocasionando infertilidad, salinización y alteración de los ciclos biológicos, entre otros problemas.
Por lo anterior, la lucha contra este fenómeno no solo se ha plasmado entre las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, sino que también es el propósito del Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, que se celebra cada 17 de junio para hacer énfasis en la urgencia de restaurar las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas que se encuentran afectadas por la desertificación, la sequía y las inundaciones.
En México, las tierras secas ocupan un poco más de la mitad del territorio nacional (128 millones de hectáreas) y se estima que la desertificación afecta a cerca del 43 % de esas tierras que abarcan las zonas muy áridas y áridas (que se encuentran principalmente en Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Chihuahua y Sonora), las zonas semiáridas (distribuidas en su mayoría en el desierto Sonorense y en el altiplano), y las zonas subhúmedas secas de Campeche y Yucatán, el Golfo de México y las costas del Océano Pacífico desde Sinaloa hasta Chiapas.
La desertificación puede derivar en zonas improductivas para casi cualquier actividad económica y, en buena medida, está asociada a la degradación del suelo producto de actividades agropecuarias donde prevalecen prácticas inadecuadas como el riego excesivo, las quemas agrícolas, el exceso de labranza y la falta de prácticas de conservación de suelo y agua.
Junto con diversos colaboradores y a través de variados proyectos, el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) desarrolla ciencia aplicada al campo y promueve prácticas agrícolas sustentables, particularmente las orientadas a un mejor aprovechamiento del agua y a la conservación y recuperación de suelos que, entre otros beneficios, permiten mitigar la desertificación.
En diversas zonas semidesérticas, por ejemplo, se ha identificado que los suelos se han adelgazado y tienen bajo contenido de materia orgánica, por lo que su productividad ha disminuido de forma significativa. En plataformas de investigación de Zacatecas y Querétaro, por ejemplo, se han hecho estudios y validado prácticas que permiten hacer productiva la agricultura de temporal en zonas donde la precipitación es escasa o errática.
En comparación con la labranza convencional —en la que prácticas como el movimiento continuo del suelo favorecen la degradación—, las prácticas fomentadas por el CIMMYT y sus colaboradores en tierras secas han permitido obtener mayores rendimientos incluso en condiciones de sequía prolongada.
Además, la agricultura de conservación —cuyos componentes básicos son la cobertura del suelo con rastrojo, la mínima labranza y la diversificación de cultivos— permite reducir el problema de los suelos salinos (efecto común de la degradación). En plataformas de investigación en Hidalgo, como otro ejemplo, diversos estudios confirman que los suelos trabajados con este sistema presentan una menor concentración de las principales sales que originan el problema, por lo que —al implementarlo— los productores están impidiendo la presencia de la “costra blanca” sobre la superficie de sus parcelas y evitando efectuar gastos extras en la compra de yeso agrícola para equilibrar la alcalinidad del suelo.
Otros efectos notables de la agricultura de conservación son que permite acumular materia orgánica, reducir la erosión eólica e hídrica, disminuir la emisión de gases de efecto invernadero (al evitar quemas agrícolas y reducir el número de pasos de maquinaria), incrementar la captura de carbono, y desarrollar una agricultura resiliente frente al cambio climático, el cual agudiza la desertificación, las inundaciones y las sequías.