El año 2020 inició con mala calidad del aire en las principales zonas urbanas del centro del país (resultado de la pirotecnia y de incendios de naturaleza diversa). En el Valle de Toluca, por ejemplo, se tuvo que activar la fase II de contingencia ambiental atmosférica. Y en Puebla una densa nube de humo hizo recordar la contingencia ambiental que hubo en mayo de 2019 en esa y muchas otras entidades, la cual fue producto de incendios forestales derivados —muchos de ellos— de quemas agrícolas que se salieron de control (de acuerdo con Conafor, del 10 al 16 de mayo hubo 348 incendios —32% por actividades agropecuarias—, afectando alrededor de 36,000 hectáreas).
Aunque hubo menos incendios en 2019 que en 2018, la superficie afectada fue mucho mayor, por lo que el año pasado será recordado por esta crisis ambiental, que ha sido la más notable de los últimos 14 años en el país.
México tiene dos temporadas de incendios. La primera comienza en enero y termina en junio (afecta a las zonas centro, norte, noreste, sur y sureste del país), y la segunda principia en mayo y concluye en septiembre (afectando a la zona noroeste). Las altas temperaturas, la baja humedad en el ambiente y la presencia de áreas con material vegetal seco son condiciones propicias para los incendios, aunque ninguna es tan determinante como la intervención humana.
Si bien existe la Norma Oficial Mexicana NOM-015-SEMARNAT/SAGARPA-2007 —de la ahora Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat)—, que establece las especificaciones técnicas de los métodos de uso del fuego en los terrenos forestales y en aquellos de uso agropecuario, es necesario redoblar esfuerzos para cambiar el paradigma de las quemas agrícolas.
La apuesta de la SADER y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), a través del programa MasAgro, es el desarrollo de capacidades y la transferencia de conocimientos para que los productores que realizan quemas agrícolas tomen conciencia de la importancia de no realizarlas más y conozcan alternativas agronómicas para el manejo del rastrojo.
La articulación de esfuerzos entre la SADER y el CIMMYT ha hecho posible que un poco más de 200,000 hectáreas que antes se quemaban ya no sean objeto de esa práctica. Con ciencia orientada a la resolución de los problemas más inmediatos y urgentes del campo, el CIMMYT ha documentado los amplios beneficios de evitar las quemas agrícolas.
Entre los beneficios más notables de no quemar el rastrojo y en cambio usarlo como cobertura del suelo están la reducción de los costos de producción, el mejoramiento de la estructura y la calidad del suelo, menor incidencia de malezas, la conservación de la humedad e ―incluso― mayores rendimientos.
Lo fundamental es, entonces, promover estos beneficios para lograr una cultura de prevención que educa y ofrece alternativas para que todos los actores involucrados, particularmente los productores, sean partícipes del cuidado del ambiente.
Con actividades de difusión de buenas prácticas agrícolas, el programa MasAgro es también una acción por el clima que —en concordancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)— mejora la educación, la sensibilización y la capacidad humana e institucional para mitigar los efectos del cambio climático.
Por supuesto, se requiere que más organizaciones y personas sumen sus esfuerzos y voluntades para que México tenga un 2020 sin quemas agrícolas. Sigue al CIMMYT en sus redes sociales y conoce los diversos programas (como MasAgro), proyectos e iniciativas ―desarrollados con diversos colaboradores― que promueven un medioambiente limpio y sistemas agroalimentarios sustentables.