
«Recuerdo a mi madre y a mis tías desgranando el maíz con los olotes. Ese momento, de particular intimidad familiar tenía una energía femenina indiscutible, era un espacio para conversar, para tejer y fortalecer las conexiones personales, era un espacio donde se desgranaban las penas y las dichas y donde el sustento se convertía también en voz y sueños». Esta estampa mexicana, relatada por la literatura y evocada por generaciones, sigue siendo una escena común en muchas comunidades rurales, donde las mujeres desempeñan un papel central en la poscosecha. Sin embargo, aunque su labor es vital para la seguridad alimentaria y la economía rural, a menudo se invisibiliza y enfrenta barreras tecnológicas y estructurales que limitan su potencial.
Jessica González Regalado, investigadora del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), dedica, junto con el equipo de poscosecha, gran parte de su trabajo a visibilizar la importancia de las mujeres en esta fase crítica de la producción de alimentos. «La poscosecha es el periodo comprendido entre la cosecha y el momento en que el grano es consumido. Abarca muchos procesos y juega un papel fundamental en la seguridad alimentaria, la economía y el medioambiente. En ciertos contextos, como en la agricultura de autoconsumo, las mujeres son las principales encargadas de las tareas poscosecha, como la limpieza, el desgrane, el almacenamiento, el consumo y la venta de excedentes. Esto está estrechamente ligado a su rol dentro de la familia y la comunidad», explica González.
Los datos muestran que, a nivel mundial, las pérdidas poscosecha representan aproximadamente el 25 % de los alimentos producidos. En el caso de granos básicos, como el maíz y el frijol, la participación de las mujeres en las actividades poscosecha ronda el 50 %. Sin embargo, sus aportaciones han sido históricamente subvaloradas y su acceso a tecnologías adecuadas sigue siendo limitado.
En la Sierra Norte de Puebla, estudios del CIMMYT han revelado que las mujeres agricultoras tienen una jornada de trabajo que inicia antes del amanecer, combinando tareas domésticas con el cuidado de huertos familiares y la administración de los recursos económicos del hogar. A pesar de su rol central en la conservación de semillas y almacenamiento de granos, su acceso a capacitación y tecnología sigue dependiendo, muchas veces, de los papeles tradicionalmente otorgados en sus comunidades, de manera que uno de los principales problemas es el acceso a recursos y tecnología apropiada para ellas, menciona González.
Las investigaciones del CGIAR —consorcio de centros de investigación científica internacionales del cual forma parte el CIMMYT— y otras instituciones han demostrado que, si no se diseñan con perspectiva de género, las innovaciones tecnológicas pueden profundizar las desigualdades existentes. En algunos países africanos, por ejemplo, la introducción de silos metálicos para el almacenamiento de granos desplazó a las mujeres de sus roles tradicionales, ya que los hombres pasaron a controlar su uso y comercialización. De manera similar, en Ghana, la introducción de medidores de humedad benefició mayormente a los hombres, pues las mujeres carecían del conocimiento y la capacitación para utilizarlos.
Para evitar estos impactos negativos, el CIMMYT ha impulsado un enfoque de investigación y extensión participativa e inclusiva. «En nuestros proyectos de investigación sobre poscosecha y conservación de semillas nativas, utilizamos métodos de grupos focales diferenciados por género para identificar las necesidades específicas de mujeres y hombres. Esto nos permite diseñar soluciones adecuadas para ambos», destaca González.
Asegurar que las mujeres participen activamente en la investigación y diseño de tecnologías poscosecha es crucial para mejorar la seguridad alimentaria. «Cuando las mujeres son parte del proceso de investigación, se incorporan necesidades locales que pueden no ser consideradas en enfoques dominados por hombres», explica la especialista del CIMMYT. Mejorar las prácticas de conservación y almacenamiento permitiría reducir las pérdidas de alimentos y mejorar la calidad nutricional, lo que incrementaría la resiliencia de las comunidades ante crisis alimentarias.
Para lograrlo, se requiere un enfoque integral que incluya recopilar y utilizar datos desglosados por género para diseñar intervenciones equitativas; implementar tecnologías adaptadas a las necesidades de las mujeres, considerando factores como alfabetización, movilidad y normas sociales; diseñar programas de capacitación accesibles, que empoderen a las mujeres y fortalezcan su rol en la seguridad alimentaria; e incluir indicadores sensibles al género en los programas de investigación y desarrollo, asegurando que las soluciones tecnológicas no profundicen las brechas existentes.
El camino hacia la igualdad en el acceso a tecnologías poscosecha es un reto complejo, pero imprescindible para la seguridad alimentaria y el desarrollo rural. Iniciativas como las impulsadas por el CIMMYT y sus aliados marcan la pauta para un futuro donde las mujeres tengan un papel protagónico en cada eslabón de la cadena agroalimentaria.