
En las tierras de la Mixteca oaxaqueña, donde los temporales ya no llegan como antes y el suelo comienza a resentir el peso de los años y del uso intensivo, una red de mujeres productoras se ha propuesto sanar la tierra, además de sanarse entre ellas. Una de estas mujeres es Yuridia Hernández, quien ha decidido cultivar de otra manera: con más conciencia, menos prisa y con el respaldo de otras mujeres que, como ella, creen que otro campo es posible.
Desde 2023, Yuridia forma parte del programa Abasto Seguro de Maíz de la Secretaría de Fomento Alimentario y Desarrollo Rural (SEFADER), con el acompañamiento técnico de la Ing. Griselda Cruz Guzmán. En su parcela de tres hectáreas ha comenzado a aplicar prácticas agroecológicas: mínima labranza, manejo biológico de plagas, uso de bioinsumos y reincorporación de rastrojos. “Hemos retomado prácticas que ya estábamos olvidando.Ahora vemos cómo nuestras plantas resisten mejor. Eso nos anima a seguir”, explica.
El año pasado sembró tarde, como muchos en la región, por el retraso de las lluvias. Pero no se rindió. “Esta parcela es de temporal, y aunque el clima ya no es como antes, aún se puede producir si cambiamos la forma de hacerlo”, afirma con convicción. Aunque trabaja junto con su esposo y su hijo mayor en una unidad de producción familiar, Yuridia toma sus propias decisiones en su parcela. “Al principio fue difícil, él (su esposo) es más de lo mecanizado, de meter químicos. Yo le decía: ‘espera, vamos viendo otras opciones’. Y aunque le costó dejar el barbecho, ya ve los resultados. Poco a poco ha adoptado nuevas prácticas”.
Como la Tierra que da vida y se regenera cuando es bien tratada, Yuridia ha encontrado en otras mujeres una fuerza compartida. “En el grupo sí se siente cuando hay más mujeres”, relata. “Los compañeros a veces llegan con otra formación, les cuesta más hacer equipo. Pero entre mujeres, es diferente: basta con decirnos ‘¿cómo le hacemos?’ y nos organizamos”. En especial ha tejido lazos cercanos con la hija de otra productora, con quien comparte no solo el trabajo, sino también una mirada crítica y propositiva sobre el futuro del campo: “Tenemos esa inquietud por hacer las cosas diferentes, por mejorarlas. Y eso nos ha hecho ser bastante equipo. Nos jalamos entre nosotras, y también vamos jalando a los compañeros que quieren sumarse”.
Lo que comenzó como un esfuerzo individual, en la actualidad se ha convertido en una pequeña red de aprendizaje, experimentación y apoyo mutuo. Al compartir conocimientos, organizar recorridos, hablar de lo que funciona y de lo que no, Yuridia y sus compañeras han logrado fortalecerse y fortalecer a quienes las rodean: “Así es como nos hemos fortalecido: haciendo red”.
Además de su experiencia directa, ha asistido a eventos en plataformas de investigación como las del INIFAP y el CIMMYT, donde pudo ver con sus propios ojos que las prácticas sustentables pueden aplicarse en su contexto. “Ahí dije: esto sí funciona, esto lo quiero replicar”, menciona.
Yuridia también tiene claro que el cambio climático no es un asunto lejano: “Nos ha pegado fuerte. Las lluvias ya no son como antes, las plagas aparecen de golpe. Pero con estas prácticas, el sistema se está adaptando. Donde dejamos más rastrojo, las plantas siguen vigorosas”. Por eso, no duda en enviar un mensaje a quienes apoyan los procesos de investigación y acompañamiento. “Gracias por impulsar estas actividades. Las investigaciones sí nos ayudan, nos permiten cambiar o retomar lo que ya sabíamos. Si no hacemos nada, el campo se nos va a ir de las manos. Pero si tenemos herramientas, si vemos ejemplos, podemos salir adelante”, dice agradecida.
En este Día de la Madre Tierra, el testimonio de Yuridia nos recuerda que cuidar el planeta no es una tarea abstracta: empieza en parcelas como la suya, en voces como la suya, en manos que siembran con esperanza, ciencia y comunidad. Y que, al igual que la Tierra, las mujeres que cuidan y trabajan el campo tienen una capacidad inmensa para regenerar, sostener y transformar.