Varios estudios recientes documentan los beneficios sanitarios y económicos a largo plazo de la “Revolución Verde” —la adopción generalizada de variedades de cultivos básicos de alto rendimiento durante la última mitad del siglo XX— y abogan por seguir invirtiendo en el desarrollo y el uso de dichas variedades.
Analizando datos relativos a más de 600.000 nacimientos entre 1961 y 2000 en 37 países en desarrollo, los científicos dirigidos por Jan von der Goltz, del Banco Mundial, descubrieron que la difusión de variedades de cultivos modernos durante la Revolución Verde redujo la mortalidad infantil entre 2.4 y 5.3 puntos porcentuales.
“Nuestras estimaciones aportan pruebas convincentes de que no deben pasarse por alto los beneficios para la salud del aumento generalizado de la productividad agrícola”, afirman los autores. “Desde el punto de vista de las políticas, las subvenciones gubernamentales a los insumos que conducen a una revolución verde, así como las inversiones en programas de extensión e I+D, parecen ser importantes”.
La pandemia del COVID-19 puso de manifiesto la fragilidad del sistema alimentario mundial y la necesidad de transformarlo, aumentando su resistencia ambiental y económica para soportar futuras amenazas, y apuntalando dietas más saludables. Los estudios sugieren que las versiones mejoradas de cultivos de cereales como el arroz, el trigo y el maíz pueden desempeñar un papel fundamental.
Nuestro trabajo habla de la importancia de apoyar la innovación y la adopción de tecnología en la agricultura como medio de fomentar el desarrollo económico, la mejora de la salud y la reducción de la pobreza”, dijo el autor Jan von der Goltz. “También sugiere que es razonable ver con cierta alarma la disminución constante de la financiación para el mejoramiento de los cultivos de cereales en las últimas décadas en el África subsahariana, el continente con menos difusión de variedades modernas”.
Asimismo, un estudio del que es coautor Prashant Bharadwaj, de la Universidad de California en San Diego, concluye que la adopción por parte de los agricultores de variedades de cultivos de alto rendimiento (HYV, en inglés) en la India redujo drásticamente la mortalidad infantil en todo el país. Entre 1960 y 2000, la mortalidad infantil se redujo de 163.8 a 66.6 por cada 1.000 nacidos vivos, y esto ocurrió durante las décadas en que la productividad del trigo en la India saltó de 0.86 a 2.79 toneladas por hectárea, como resultado de la adopción de HYV y de la mejora de las prácticas agrícolas.
“Lo que hacen estos dos trabajos es establecer cuidadosamente una estimación causal de cómo las HYV afectan a la mortalidad infantil, comparando únicamente a los niños nacidos en el mismo lugar en diferentes momentos, cuando el uso de las HYV era diferente, y comprobando que la mortalidad antes de la llegada de las HYV tenía una tendencia similar en los lugares que recibirían una cantidad diferente de HYV”, dijo Bharadwaj.
“A falta de un ensayo de control aleatorio, estas técnicas econométricas producen la mejor estimación causal de un fenómeno tan importante como la difusión de las HYV durante y después de la Revolución Verde”, añadió. El profesor de la Universidad de California en San Diego Gordon McCord, coautor del estudio mundial, coincidió de estas ideas.
Muchos efectos secundarios
Estudios recientes indican que la Revolución Verde también tuvo repercusiones económicas a largo plazo, que también afectaron a los resultados sanitarios.
En una actualización de 2021 del documento de 2018 “Two Blades of Grass: The Impact of the Green Revolution“, Douglas Gollin, profesor de Economía del Desarrollo de la Universidad de Oxford y sus coautores descubrieron que, en 90 países en los que se adoptaron variedades de alto rendimiento entre 1965 y 2010, el rendimiento de los cultivos alimentarios aumentó un 44% y que, de no haberse producido esta adopción, el PIB per cápita en el mundo en desarrollo podría ser la mitad del actual.
Incluso un retraso de 10 años de la Revolución Verde habría costado, en 2010, el 17% del PIB per cápita en el mundo en desarrollo, con una pérdida acumulada del PIB de 83 billones de dólares, equivalente a un año del PIB mundial actual.
Estos impactos en el PIB y en la salud se vieron potenciados por la correspondiente reducción del crecimiento de la población. Observando la inferencia causal a nivel de país, región y mundo en desarrollo, y utilizando un novedoso método de evaluación del impacto a largo plazo, los autores del estudio detectaron una tendencia: a medida que mejoraba el nivel de vida de las familias rurales, éstas querían en general invertir más en sus hijos y tener menos.
“Nuestras estimaciones sugieren que el mundo habría contado con más de 200 millones de personas adicionales en 2010, si el inicio de la Revolución Verde se hubiera retrasado diez años”, afirmaron Gollin y sus coautores. Este menor crecimiento de la población parece haber aumentado el tamaño relativo de la población en edad de trabajar, lo que favoreció el crecimiento del PIB.
Una inversión a largo plazo en la transformación del sistema
Los autores señalan que se necesita tiempo desde el momento en que se realiza una intervención hasta que pueden observarse amplios efectos en la salud de la población. Por ejemplo, aunque el desarrollo de variedades modernas de alto rendimiento comenzó en los años 50 y 60, el ritmo de adopción no se aceleró hasta los años 80, 90 e incluso en la década de 2000, y los datos del África subsahariana muestran que la adopción de variedades ha aumentado tanto en la década de 2000 como en las cuatro anteriores.
Además, cualquier estrategia de nutrición y seguridad alimentaria que pretenda alcanzar el segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible de alimentar a 9.000 millones de personas para 2050 debe incorporar soluciones de transformación de sistemas más amplios, como la agricultura de emisiones cero, dietas asequibles y diversas y una mayor conservación de la tierra.
Como explicó Gollin, “la Revolución Verde nos enseñó que tenemos que enfocar el aumento de la productividad, especialmente en el rendimiento de los cultivos básicos, de forma diferente. El reto ahora es más complejo: tenemos que conseguir los mismos aumentos de productividad, con menos insumos y recursos, más conciencia ambiental y en mayores cantidades para más personas”.
En parte, esto significa aumentar la productividad en las tierras agrícolas existentes con impactos ambientales y sociales positivos, según Bram Govaerts, director general del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT).
“El mejoramiento y el intercambio de variedades de cultivos más productivos y resistentes es tan importante como siempre”, dijo Govaerts, “pero también involucrar a los agricultores —en nuestro caso, los pequeños agricultores— en los esfuerzos de investigación e innovación compartidos para reducir las brechas de rendimiento, construir sistemas agrícolas resistentes al clima y abrir el acceso a una mejor nutrición y oportunidades de mercado.”
Foto de portada: Niños almorzando en una guardería en las afueras de Delhi, India. (Foto: Atul Loke/ODI) (CC BY-NC 2.0)