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La tierra que da vida: la parcela de Tomasa y Fabián

Los productores Fabián y Tomasa siembran con tradición y ciencia, al cultivar con prácticas sostenibles que nutren su tierra y su comunidad.

Fabián y Tomasa, productores de Santa Catarina Lachatao, muestran con orgullo el fruto de su trabajo. (Foto: Sarah Martínez/CIMMYT)
Fabián y Tomasa, productores de Santa Catarina Lachatao, muestran con orgullo el fruto de su trabajo. (Foto: Sarah Martínez/CIMMYT)

En algún lugar del valle encantado de Santa Catarina Lachatao, Oaxaca, bajo su cielo azul, y en el corazón de una parcela llena de historia y esperanza, Fabián Marcos Cano y Tomasa García Pérez trabajan el futuro que han anhelado con las manos hundidas en la tierra. En este sitio, donde la lengua zapoteca da nombre al territorio, cada semilla sembrada por esas manos es un acto de confianza.

Fabián, con la mirada marcada por los años, habla de su parcela con el orgullo de quien aprendió a escuchar la voz de la tierra. “Nosotros sembrábamos como Dios nos daba a entender”, dice, al recordar los días en que la siembra era un ejercicio de intuición y herencia.

Hoy, con el acompañamiento de técnicos de la SEFADER, como Reinalda Gómez y su equipo, su forma de cultivar ha cambiado. Fabián y Tomasa han aprendido a respetar los ritmos del suelo, a devolverle lo que toman, a mirar cada planta desde otra lente. “Es como comida para la comida”, explica Fabián.

El maíz y el frijol crecen en su parcela sin prisa. La tierra se nutre con el rastrojo que antes se lo daban únicamente al ganado, y con el abono que dejaba escapar. “Es mucho trabajo, pero es nuestra vida”, dice Fabián con la firmeza de quien entiende que el esfuerzo es parte del ciclo.

Tomasa, por su parte, encuentra en cada cosecha un vínculo con sus ancestros. “La tierra nos da vida”, dice con tal certeza que no da lugar a la duda. En su parcela, la milpa convive con calabazas, frijoles, quintoniles y verdolagas, en un equilibrio que necesita paciencia y respeto. Ha aprendido a dejar que la naturaleza haga su trabajo, a entender que quemar es quitarle a la tierra su capacidad de renovarse. “Nosotros amontonamos la hierba, la dejamos pudrirse y así la tierra se alimenta”, explica.

El camino no ha sido fácil. El año pasado, un vendaval les tumbó buena parte de su cosecha. “Venía muy bonito, pero el viento lo tiró todo”, cuenta Fabián con resignación. Sin embargo, no se rinden. “Nos conformamos con lo que Dios nos da, porque para nosotros es mucho”. Lo que queda en pie se cosechará para la semilla del próximo ciclo.

Cada aplicación de bioinsumos, cada diversificación de cultivos, cada enseñanza que los ingenieros han compartido, han transformado su forma de cultivar y de entender la vida. La tierra, que antes parecía un enemigo que imponía sus reglas, en la actualidad es una aliada que responde al cuidado con generosidad.

En el marco del Día Mundial de las Legumbres, la historia de Fabián y Tomasa es un testimonio de resistencia y aprendizaje. Es la prueba de que la agricultura puede ser distinta, de que la tradición y la innovación pueden caminar de la mano. Porque en cada grano de frijol que cosechan, en cada mazorca que guardan para el siguiente ciclo, hay una lección valiosa: la tierra devuelve lo que recibe. Y en Santa Catarina, bajo el sol que ilumina la parcela de Fabián y Tomasa, la vida brota con fuerza.