Texcoco, Edo. Méx.- Para poner fin a la dictadura de Porfirio Díaz y abrir paso a un sistema democrático, el 20 de noviembre de 1910 se inició un levantamiento armado que marcó el inicio de la Revolución Mexicana —proceso que tuvo una fase armada de cerca de 10 años y otra fase de acomodos institucionales y normativos igualmente larga—. Sin embargo, esta no es la única revolución que se ha gestado en México.
Una revolución, de manera general desde el punto de vista sociológico, es una transformación de las ideas y los ideales, una modificación de los modos de vida y una renovación de instituciones, símbolos, modelos, hábitos, etc. Tiende a actuar intempestivamente —a veces violentamente— para modificar o alterar el estado de las cosas, edificar y sentar las bases de nuevas formas.
A finales de la década de 1960, en un momento en que muchos países en desarrollo enfrentaban un alarmante aumento de sus brechas alimentarias nacionales y un rápido crecimiento de la población, comenzó en México una nueva revolución, esta vez desde la ciencia aplicada a la agricultura y con el liderazgo del doctor Norman E. Borlaug quien, junto con investigadores y agricultores mexicanos —destacando particularmente los productores del Valle del Yaqui—, desarrolló sucesivas generaciones de variedades de trigo adaptadas a las condiciones de cultivo en muchas latitudes y con un alto potencial de crecimiento.
“Gracias a un diseño innovador del programa de mejora, (Norman Borlaug) consiguió variedades que no solo eran resistentes a la roya, sino que se dieron bien y dieron altos rendimientos en casi cualquier suelo y región climática en que se plantaron. Antes de Borlaug, cada variedad se seleccionaba en las variedades en que se iba a cultivar, de modo que las mejoras tenían valor local; sin embargo, el nuevo trigo ya se sembraba en todo el mundo solo 10 años más tarde de que se planteara su obtención. (…) (Estas variedades) duplicaron el rendimiento por ser más resistentes al viento y permitir que se planteasen dos cosechas por año. Los trigos y arroces semienanos se extendieron por todo el mundo y fueron la salvación de muchos países superpoblados. (…) estos cereales mejorados por Borlaug han salvado del hambre a millones de personas. Gracias a esta Revolución Verde, el trigo ha aumentado su rendimiento en los últimos 50 años y ha conducido a la producción masiva de alimentos más baratos” (Fenoll y González, 2010).
Además de las variedades mejoradas, la Revolución Verde fue un proceso con diferentes fases y diversos desarrollos científicos y tecnológicos implicados —como la mecanización del campo o el uso de fertilizantes—. Al respecto, el doctor Borlaug señalaba, con una actitud crítica propia del quehacer científico, que el impulso de la Revolución Verde en la producción de alimentos no podría durar indefinidamente pues solo era un respiro para que la humanidad desarrollara sistemas y políticas más sostenibles para gestionar el crecimiento de su población y el uso de los recursos naturales.
Hoy, México sigue siendo un país clave para llevar prácticas revolucionarias al campo de otros países. En África subsahariana, el sur de Asia y América Latina, hay diversos ejemplos de que los desarrollos científicos y tecnológicos en materia agrícola que se realizan en México pueden ser replicables para construir sociedades más resilientes. El Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), con sede en México, mantiene vivo el legado del doctor Norman Borlaug y hoy promueve una Evolución Verde que, con los aprendizajes del pasado, construye las bases para un futuro más pacifico y sostenible.
Fuentes:
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Fenoll, C. y González, F. (2010). Transgénicos (Vol. 1). Editorial CSIC-CSIC Press.
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Evenson, R. y Gollin, D. . (febrero 2002). The Green Revolution: An End-of-Century Perspective. In Summary proceedings of an international conference on impact of agricultural research and development, held. CIMMYT (p. 24).