En las montañas de Nariño y en el Valle del Cauca, Colombia —como en muchas otras regiones rurales de Latinoamérica—, la mayor parte de los sistemas de producción se basan en la colaboración familiar, frecuentemente diferenciada por los roles de género, donde las mujeres y hombres desempeñan papeles distintos y poseen diferentes niveles de conocimiento, participación y toma de decisiones.
El rol tradicionalmente asignado a las mujeres con frecuencia limita su potencial como generadoras de cambio en el campo. “La preparación de alimentos, la limpieza de la casa, el cuidado de la familia, y particularmente el cuidado de los niños puede limitar su participación en actividades de capacitación agrícola”, comenta un equipo de especialistas de CIMMYT que recientemente desarrollaron una serie de diagnósticos participativos en esas regiones de Colombia.
Los diagnósticos participativos tienen la finalidad de documentar la perspectiva de las personas dedicadas a la agricultura sobre la conservación de maíces nativos y comprender la perspectiva del abandono del campo para desarrollar en conjunto estrategias de conservación en los territorios. No obstante, como señalan los especialistas de CIMMYT, cuando las agricultoras quieren aprender y contribuir, a menudo se enfrentan al desafío de cuidar a sus hijos.
“Incluso si las mujeres se esfuerzan por asistir a los eventos, pueden no aprovechar adecuadamente los nuevos aprendizajes porque se encuentran atentas al cuidado de sus hijas e hijos”. En respuesta a este obstáculo, los organizadores de los diagnósticos idearon una solución innovadora: ofrecer cuidado infantil durante los talleres. Así, “mientras las madres participan en el taller, en un lugar seguro y a la vista de ellas, se organizan juegos, actividades de exploración y arte con los niños para que las mamás estén concentradas en el evento”.
En uno de los diagnósticos recientes “se programaron varias dinámicas, como juegos de mesa —el CIMMYT desarrolló memoramas, loterías y tableros de serpientes y escaleras sobre las principales plagas y prácticas de manejo del maíz— y algunas actividades artísticas que permitieron a los niños conversar y plasmar lo que para ellos significa y cómo interactúan con su territorio. Al final, expusieron sus trabajos, los cuales estaban relacionados con lo que aprenden con sus madres y familia en la tulpa (fogón) o la chagra”, detallan los especialistas.
“Actividades como esta son importantes para la enseñanza de los niños, porque además pudieron cambiar sus juegos normales del celular por el aprendizaje del campo a través de la recreación, así que me parece que hay que tener en cuenta que los niños de la localidad estén informados de este tipo de encuentros”, expresaron los asistentes, quienes además reflexionaron sobre la importancia de este tipo de inclusión para desarrollar estrategias orientadas al relevo generacional, particularmente en lugares como en Nariño, donde es notable la disminución de jóvenes en el campo.
Ante este contexto, es importante incluir a los jóvenes en la planeación y diseño de programas “para garantizar la continuidad de la población rural, puesto que ellos impulsan nuevas ideas, más frescas y dan otra perspectiva a la comunidad”, menciona don José, agricultor de Córdoba, Nariño, quien además resalta como ejemplo el espacio ganado por el grupo Herederos del Planeta Los Tucanes, integrado por niñas, niños y jóvenes con voz para incidir en lo referente a las reservas naturales, su educación y el cuidado de las semillas nativas.
Así, las infancias participantes —que solo tenían expectativas de llegar a sentarse y tratar de mantenerse en silencio o jugar con el celular— pasaron a ser parte importante de los procesos participativos en Nariño, donde las mujeres rurales, con este tipo de apoyos, no solo tienen la posibilidad de fortalecer sus conocimientos, sino influir en las decisiones del hogar y la conservación de los recursos fitogenéticos de manera positiva.
“Sí señora, el espacio para los niños fue lo máximo, porque así uno se puede concentrar en los temas”, así lo refirió una señora en Cumbal, lo cual es el ejemplo de cómo una estrategia de extensión agrícola requiere identificar las preferencias, intereses e incentivos de hombres y mujeres relacionados con sus roles de género para propiciar ambientes que faciliten el escalamiento de tecnologías y prácticas agrícolas sustentables, donde es fundamental comprender que las agricultoras trabajan el campo y realizan labores domésticas como actividades que no se pueden separar.
En el contexto de una crisis ambiental y alimentaria, es importante impulsar este tipo de estrategias porque las personas dedicadas a la agricultura de pequeña escala constituyen una parte importante en la implementación de sistemas agroalimentarios sostenibles y son fundamentales en la preservación de la agrobiodiversidad, pues en sus milpas, huertas, traspatios, chagras —en México y Colombia— se manejan, usan y conservan cultivos nativos que son recursos esenciales para la seguridad alimentaria y la agricultura, incluido el mejoramiento de variedades para la adaptación al cambio climático.