La agricultura de conservación es un sistema de producción sustentable que permite mejorar los suelos agrícolas de muchas maneras, optimizar el uso del agua, reducir los costos de operación e incluso se ha documentado su potencial para incrementar los rendimientos bajo ciertas condiciones en el campo.
¿Cómo se ha llegado a saber todo esto sobre la agricultura de conservación? Instituciones como el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) desarrollan experimentos a largo plazo a partir de los cuales se ha ido sumando evidencia sólida sobre los beneficios de este sistema de producción que actualmente constituye una alternativa para que la agricultura siga siendo rentable a la vez que permita cuidar y conservar los recursos naturales.
“Estos experimentos se diseñan para una duración de al menos diez años, así permiten documentar el efecto a largo plazo de diferentes prácticas de manejo agronómico sobre varios aspectos del sistema, desde parámetros básicos como el rendimiento de grano hasta aspectos complejos como la microbiología del suelo”, comenta Simon Fonteyne, coordinador de investigación agronómica para América Latina del CIMMYT.
Los datos de largo plazo hacen posible estudiar mejor una práctica agronómica y permiten dar recomendaciones confiables a los agricultores. Los que se establecieron al inicio de los años noventa, en ambientes contrastantes en México, han sido clave para la investigación del CIMMYT sobre agricultura de conservación.
Actualmente el CIMMYT opera experimentos a largo plazo en México en diversos sitios experimentales con condiciones agroecológicas contrastantes, como Ciudad Obregón, en Sonora, o Metepec, Estado de México, por ejemplo.
“Este es el ensayo D5, en el lote del mismo nombre en la estación experimental del CIMMYT en el Batán, en Texcoco, Estado de México. Está ubicado a una altitud de 2 240 metros sobre el nivel del mar (msnm) y está dedicado a la investigación de la agricultura de conservación”, menciona Fonteyne mientras muestra un poco del suelo, casi como polvo, proveniente de una de las parcelas del ensayo, aunque evidentemente erosionada.
“Nos encontramos en la parcela donde se trabaja con labranza convencional —donde ciclo con ciclo se hace un movimiento continuo del suelo— y no se dejan los residuos de la cosecha anterior. Como se puede ver, es una de las parcelas donde el suelo está más degradado, podemos ver el efecto de las sequías. En esta parcela casi no habrá cosecha este año”, señala el investigador del CIMMYT.
Al lado de esa primera parcela que muestra Fonteyne está otra, también trabajada con agricultura convencional, solo que en esta sí se han dejado los residuos del cultivo anterior, o rastrojos, como son llamados cotidianamente: “En esta otra hemos dejado por más de 30 años los residuos de cosecha, entonces el suelo es de mejor calidad, tiene más materia orgánica, mejor infiltración. Como se puede ver, esto ha generado más plantas, son un poco más grandes, pero aún será poca cosecha en comparación con las parcelas donde sí se han implementado todos los compontes de la agricultura de conservación”.
Incluso a simple vista, las diferencias entre ambas parcelas son notables, y son más evidentes cuando se les compara con las parcelas trabajadas con agricultura de conservación que están al lado.
Cobertura del suelo con rastrojos, mínima labranza y diversificación de cultivos son esos componentes básicos de la agricultura de conservación a los que hace referencia el investigador del CIMMYT, y son también las prácticas fundamentales que se promueven entre los productores para que sean más resilientes ante los efectos del cambio climático.