El pasado 4 de julio la Organización Meteorológica Mundial anunciaba que “las condiciones de El Niño se han desarrollado en el Pacífico tropical por primera vez en siete años, preparando el escenario para un probable aumento de las temperaturas globales y patrones climáticos perturbadores”, declarando así el inicio de este evento que requiere de una acción temprana para salvar vidas y medios de subsistencia.
La anterior aparición de El Niño, ocurrida en 2015 y 2016, afectó a más de 60 millones de personas en cerca de 23 países, por lo que la FAO ha reiterado que es urgente que los países, particularmente de América Latina y el Caribe, adapten sus sistemas de producción agrícola a un escenario donde se exacerbarán las sequías y el riesgo de inseguridad alimentaria.
La Oscilación del Sur de El Niño (ENSO, por sus siglas en inglés), o simplemente El Niño, es un fenómeno natural de ciclo irregular (sucede cada tres o siete años) producido por la interacción entre el océano (en este caso el Pacífico de la zona ecuatorial) y la atmósfera del planeta.
El fenómeno transita de un periodo cálido (El Niño, llamado así porque inicialmente se le asoció a un fenómeno de menores dimensiones que ocurre en diciembre en Perú, donde fue relacionado con el nacimiento del Niño Jesús de la tradición católica) a uno frío (llamado La Niña, para referir el efecto opuesto), teniendo fases intermedias en este tránsito de calentamiento a enfriamiento.
El fenómeno se manifiesta de formas diferentes en el planeta debido a las condiciones climáticas propias de cada región y según la época del año en que aparezca. En México, por ejemplo, si aparece en primavera suele provocar más lluvias en la parte oeste y norte del país; en verano propicia sequía en la Península de Yucatán; en otoño genera condiciones húmedas para el noroeste y Yucatán, y condiciones secas en la parte del Golfo; sin embargo, si ocurre hacia diciembre aumenta la probabilidad de sequía para el norte del país, el Bajío, y algunas zonas del Golfo.
Actualmente, de acuerdo con el Servicio Meteorológico Nacional de México, “se espera que El Niño continúe en el hemisferio norte durante el invierno, la probabilidad es mayor al 95% de que se mantenga de diciembre de 2023 a febrero de 2024, con pronósticos de que de noviembre a enero se desarrollará un evento de El Niño fuerte”.
“La sequía que estamos viviendo ahora en gran parte de Centroamérica y en el centro y sur de México es debido al fenómeno de El Niño; en contraste, más hacia el norte, hay predicciones de que vamos a tener lluvias muy fuertes. En Estados Unidos ya ha habido inundaciones, esto muestra la diferencia del efecto del fenómeno que hacia el sur se manifiesta con sequía y en el norte puede haber exceso agua. La predicción, además, es que estos extremos pueden ser cada vez más comunes en los años que vienen debido al cambio climático”, menciona Nele Verhulst, líder de investigación en sistemas de cultivos para América Latina del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT).
Frente a un conjunto de parcelas experimentales en el Batán, en Texcoco, Estado de México, la doctora Verhulst señala dos de ellas que contrastan notablemente. Mientras en una el cultivo de maíz se ha desarrollado favorablemente, en la otra las plantas lucen raquíticas: “Aquí tenemos una comparación muy clara entre la labranza convencional que incluye rastra y remoción del rastrojo ya por más de 30 años en un monocultivo de maíz, y la agricultura de conservación, donde vemos cero labranza y estamos dejando todo el rastrojo de dos cultivos, porque corresponde a una rotación de maíz y trigo”, puntualiza Verhulst.
“Con la sequía que hemos vivido en los últimos dos meses tenemos muy claras estas diferencias que podemos apreciar entre estos dos tratamientos. En junio solo cayó una tercera parte de la precipitación normal, entonces esto lo vemos muy claramente reflejado, que la práctica convencional de esta zona ha propiciado un suelo degradado que no tiene buena estructura y no permite una buena infiltración de agua, aún cuando llueve y, claro, con la poca precipitación que tuvimos notamos que el desarrollo del cultivo está muy afectado, quedándose en estado vegetativo con plantas muy pequeñas las cuales es muy poco probable que alcancen a producir alguna mazorca”.
Por otro lado, con la “agricultura de conservación estamos infiltrando mucho más el agua de lluvia y esto es porque tenemos esta capa de rastrojo que está protegiendo el suelo. Además de mejorar la estructura del suelo, se favorece la formación de agregados que son importantes para que el agua pueda infiltrarse. Es por eso que vemos un desarrollo vegetativo casi normal y ahorita ya están saliendo las espigas del maíz y va a entrar a floración para empezar a producir mazorcas”, menciona Verhulst.
“Esto significa que los productores que están haciendo labranza convencional en esta zona, este año van a tener un resultado similar a lo que estamos viendo aquí en el ensayo, entonces habrá muy poca producción debido a las prácticas convencionales que están utilizando y a la sequía propiciada por El Niño, mientras que los productores que están haciendo agricultura de conservación sí van a tener una producción, quizá un poco menor que en otros años cuando llueve bien, pero sí van a poder lograr producir”.
Ante un panorama donde “existe un grave riesgo de que estas condiciones climáticas extremas empujen a millones de personas a la pobreza y a la inseguridad alimentaria aguda en las partes más vulnerables del mundo”, el CIMMYT y sus colaboradores están haciendo un esfuerzo sistematizado para aprender y difundir experiencias, prácticas y tecnologías que, como la agricultura de conservación, ofrecen soluciones probadas para que los agricultores hagan frente a los desafíos impuestos por El Niño en particular, y el cambio climático en general.