A 3 653 metros sobre el nivel del mar, en la región altiplánica de la cordillera de los Andes, se encuentra una costra de sal tan extensa (más de 10 mil kilómetros cuadrados) y llana que el cielo mismo se refleja en ella. Conocido también como “el espejo del mundo”, el Salar de Uyuni, en Bolivia, es el mayor desierto de sal del planeta, posiblemente la mayor reserva de litio a nivel global y una maravilla geológica y natural excepcional.
Al norte, a más de cinco mil kilómetros de ahí, otro paisaje yermo se extiende con una inusual y desértica belleza, con páramos que han sido comparados con paisajes lunares o de Marte y que constituyen la base de un geoturismo único que permite comprender los procesos que modelan la superficie terrestre. Se trata de la Mixteca Alta oaxaqueña, en México, otro sitio excepcional.
Más allá de sus paisajes desérticos, de sus características geológicas únicas y de su potencial turístico y para la producción de recursos o energía, ¿qué tienen en común estos dos sitios tan distantes uno del otro?
Desafortunadamente, es la degradación de los suelos y la prevalencia de prácticas agrícolas inadecuadas las que conectan a estos dos lugares emblemáticos: en Bolivia, la blancura del salar, que atrae a miles de turistas cada año, está siendo oscurecida por el suelo que el viento arrastra de los sitios agrícolas cercanos. Los exóticos paisajes de la Mixteca, por su parte (que en algún momento albergaron bosques), fueron forjados a fuerza de un mal uso de la tierra por generaciones.
Además del tema relacionado con el paisaje, muchas familias productoras de las zonas áridas del altiplano boliviano y de la mixteca oaxaqueña siguen teniendo dificultades para obtener una producción suficiente para subsistir. Los suelos degradados y la poca disponibilidad de agua son dos de los principales obstáculos que, por si fuera poco, se tornan aún más graves debido a los efectos del cambio climático.
Para aumentar de manera sostenible la producción y mejorar la resiliencia climática de las comunidades de agricultores de pequeña escala y sus sistemas de producción en estas dos regiones de Bolivia y México, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) y diversos colaboradores en ambos países, impulsan el proyecto CLCA.
CLCA (Uso de la Agricultura de Conservación en sistemas agropecuarios en zonas áridas para mejorar la eficiencia en el uso de agua, la fertilidad del suelo y la productividad en países del norte de África y Latinoamérica) inició operaciones en 2018 y, desde entonces, impulsa acciones específicas y adaptadas para cada contexto particular, aunque con un objetivo común: mejorar las condiciones de los agricultores locales.
En Bolivia, por ejemplo, el proyecto incluye la capacitación para redoblar esfuerzos en la identificación e implementación de barreras vivas, es decir, cultivos que actúan como obstáculos físicos para reducir el efecto erosivo del viento, particularmente en zonas donde el cultivo intensivo de la quinoa empobreció drásticamente los suelos.
“El CIMMYT nos ha permitido mejorar la experiencia sobre barreras vivas y hemos ampliado nuestro trabajo de capacitación, también nos ha ayudado a multiplicar más plantas de especies nativas (aptas para establecerse como barreras vivas) y hemos enseñado a los agricultores sobre este tema en comunidades fundamentalmente cercanas a Uyuni”, comenta Genaro Aroni, agrónomo de la Fundación PROINCA que colabora para el proyecto CLCA.
“La necesidad es tremendamente inmensa, son más de 100 comunidades que han cultivado quinoa y nosotros estamos trabajando solo con algunas, pero es una experiencia muy, muy importante, riquísima por los conocimientos y el manejo que se ha hecho con especies nativas porque nos permite ofrecer una perspectiva de cómo se puede solucionar el problema medioambiental en en el altiplano sur y abre la posibilidad de que, con el tiempo, podamos recuperar estos ecosistemas”, comenta Aroni.
Tanto en Bolivia como en México el proyecto también contempla acciones para mejorar los sistemas agrícola-ganaderos característicos de cada región. En el país sudamericano suelen ser las llamas y, en la mixteca oaxaqueña, destaca el ganado ovino y caprino. En este sentido se desarrollan diversas investigaciones. Por ejemplo, en la plataforma de investigación de Santo Domingo Yanhuitlán, en Oaxaca, investigadores del CIMMYT y del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) evalúan diferentes especies forrajeras para identificar con cuáles se produce forraje de mejor calidad para el ganado.
Separadas por más de cinco mil kilómetros, pero unidas por un fin común, el altiplano boliviano y la mixteca oaxaqueña están permitiendo sentar las bases para implementar acciones que permitan mejorar la eficiencia en el uso de agua, la fertilidad del suelo y la productividad en zonas áridas donde, día a día, cientos de familias productoras buscan su alimento y su sustento.