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Amar el suelo, asegurar el futuro

Cuidar el suelo es una muestra de amor y responsabilidad con el futuro. Descubre cómo la regeneración de la tierra puede garantizar la seguridad alimentaria de las próximas generaciones.

Productores de Sinaloa muestran el maíz que cultivan y el rastrojo con el que ahora protege el suelo de su parcela. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)
Productores de Sinaloa muestran el maíz que cultivan y el rastrojo con el que ahora protege el suelo de su parcela. (Foto: Francisco Alarcón / CIMMYT)

Las madres suelen decir que la mejor manera de demostrar amor es con un plato de comida. Pero, para que ese alimento siga llegando a nuestras mesas, es imprescindible cuidar el suelo que lo produce. Cada grano de maíz, cada espiga de trigo, cada fruta y verdura que nos nutre comienza en el suelo. Sin embargo, cada día se pierden miles de hectáreas de suelo cultivable, no solo por el avance de las zonas urbanas, sino también por múltiples procesos de degradación. De hecho, se estima que en el mundo el 52% de la tierra utilizada para la agricultura está moderada o severamente degradada y en México la erosión afecta cerca de la mitad de la superficie cultivable.

El suelo es, de muchas formas, un recurso frecuentemente incomprendido. La concepción generalizada es que se trata de un material inerte; sin embargo, en un solo gramo de suelo hay millones de microorganismos que degradan la materia orgánica muerta, liberando sus nutrientes para que las plantas los aprovechen y crezcan. Estos microorganismos (bacterias, hongos microscópicos y algas, entre otros) constituyen la parte viva del suelo.

El suelo es un recurso vivo: alberga más del 25% de la biodiversidad del planeta y, a pesar de lo que se pudiera pensar, es un recurso extremadamente limitado. De los 15 mil millones de hectáreas de la superficie sólida del planeta, solo el 29% son aptas para la agricultura. Además, cerca del 60% de esa superficie no está disponible para cultivarse porque ahí hay bosques, zonas protegidas o asentamientos humanos.

Ante este contexto, es importante volver a mirar el suelo con amor y cuidarlo, tal como cuidamos de nuestros seres queridos porque, después de todo, es el cimiento de nuestra existencia, el lugar donde germinan los alimentos que sostienen a nuestras familias y el refugio de millones de microorganismos que trabajan en silencio para darnos cosechas sanas y abundantes.

A pesar de su generosidad, durante años hemos descuidado al suelo con prácticas que lo erosionan y lo empobrecen. Sin embargo, aún estamos a tiempo de cambiar esta historia de desamor por una de respeto y regeneración.

“Antes quemábamos mucho. Hacíamos la rozadura y luego se quemaba. Yo creo que por eso la tierra se erosionaba y ya no daba los frutos del maíz. Ahora ya no se quema, ahora todo lo que va quedando lo dejamos ahí para que se nutra el suelo, que hoy está mejorado”, comenta Macario Díaz Rodríguez, agricultor chiapaneco que ha implementado prácticas sustentables con el acompañamiento del CIMMYT y sus colaboradores.

El testimonio de agricultores como Macario nos recuerda que, como decía Jacques Cousteau, “solo podemos amar lo que conocemos, y solo protegemos lo que amamos”. Las palabras del célebre naturalista refuerzan la idea de que el conocimiento es la antesala del amor, y el amor, la fuerza que nos lleva a proteger aquello que nos da la vida y el sustento, como el suelo.

Una de las prácticas más efectivas para cuidar el suelo es la cobertura con rastrojo. Dejar el rastrojo como cobertura del suelo protege contra la erosión y aporta una cantidad significativa de nutrientes durante su descomposición. De hecho, el rastrojo puede aportar hasta un 35% del nitrógeno, 12% del fósforo, 80% del potasio y 95% del calcio que un cultivo necesita.

En términos económicos, resultados de diversos análisis en el Bajío señalan que aprovechar el rastrojo equivale a fertilizantes con un valor aproximado de entre 15 y 16 mil pesos por hectárea. Sin embargo, en muchas regiones, este tesoro natural se quema o se retira, perdiendo su invaluable aporte a la fertilidad del suelo. Como bien señala un productor de Cuquío, Jalisco: “Si quemas el rastrojo, estás tirando ese nutriente al aire, lo conviertes en contaminación. Si lo dejas, incrementas la materia orgánica y cada año puedes ver mejores rendimientos”.

El amor por el suelo implica cambiar nuestra mentalidad y nuestras prácticas agrícolas. Además, cuidarlo no es solo un acto de amor para el tiempo presente, sino una herencia para las futuras generaciones.