Siempre es un buen momento para dirigir los reflectores hacia la agricultura de pequeña escala, conocer las estrategias que han implementado para lograr que sus unidades de producción sigan vigentes a pesar de las condiciones adversas en las se están desarrollando. La actual crisis de fertilizantes químicos, por ejemplo, es una oportunidad para construir una agricultura más sustentable.
El incremento en el precio de los fertilizantes —producto del conflicto entre Ucrania y Rusia, uno de los mayores productores de fertilizantes del mundo— ya ha impactado en el precio de los alimentos y está afectando la economía de muchas familias en México y otros países.
Ante este contexto, es importante conocer y difundir las diferentes alternativas que existen para hacer frente a esta crisis. El cultivo de leguminosas —por su capacidad para fijar nitrógeno—, el uso de fertilizantes orgánicos como compostas, abonos verdes, entre otros, son prácticas útiles en este sentido.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) de México, en el estado de Oaxaca solo el 3% de la superficie agrícola es fertilizada con abono orgánico, pero en el Valle de Etla, donde está el municipio de Magdalena Apasco, esta cifra sube a 37%.
¿Qué pasa con el resto de la superficie? Si se suma la fertilización orgánica y química entonces en Oaxaca el 83% de la superficie agrícola queda sin fertilizar —37% para el caso del Valle de Etla—. Esto muestra la necesidad de implementar estrategias para la recuperación y mejoramiento de la fertilidad de los suelos.
En Magdalena Apasco, como en otros lugares de Oaxaca y del país, la elaboración y suministro de bioinsumos ha tenido un impacto bajo por diversos factores socioculturales —como la limitada disponibilidad de mano de obra y el hecho de que el 52% de los productores de maíz del estado son adultos mayores—, pero con las leguminosas ha sido el caso contrario.
Entre las razones de este hecho está que las leguminosas, sobre todo aquellas que pueden cosecharse en verde —como los chícharos, las habas o los ejotes—, permiten que las familias generen ingresos de manera previa a la cosecha del maíz.
Además, las leguminosas forman parte de la cultura gastronómica de muchas comunidades y, al dejar una mayor cantidad de residuos de cosecha sobre la parcela, constituyen una buena alternativa (económicamente viable) para mejorar la fertilidad del suelo porque contribuyen en el contenido de materia orgánica y al suministro de nitrógeno.