“Aquí estamos probando qué mezclas de cultivo de forrajes permiten incrementar el rendimiento bajo el sistema de agricultura de conservación”, comenta Leodegario Osorio Alcalá, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) y responsable del campo de experimentación del INIFAP en Santo Domingo Yanhuitlán, ubicado en la región de la mixteca oaxaqueña, en el sur de México.
Con financiamiento del proyecto CLCA —impulsado por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) e implementado por el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) y diversos colaboradores— el investigador ha centrado su labor en el establecimiento de siete tratamientos de diferentes especies forrajeras para identificar con cuáles se produce forraje de mejor calidad para el ganado ovino, caprino, vacuno o de otros tipos.
CLCA es un proyecto que promueve el uso de la agricultura de conservación en sistemas agropecuarios en zonas áridas para mejorar la eficiencia en el uso de agua, la fertilidad del suelo y la productividad.
A diferencia de la siembra convencional de cereales donde se destina una superficie para un solo tipo de cultivo, Leodegario refiere que las prácticas sustentables que se impulsan a través del proyecto permiten obtener mejores resultados. El investigador ha comprobado, por ejemplo, que en una siembra en surcos y “en el mismo momento” de avena mezclada con triticale es posible cosechar 24,5 toneladas por hectárea materia verde y 7,8 toneladas en materia seca, además de que “la calidad de forraje es mayor a que si se sembrara avena sola”.
Si se combina la siembra de ebo junto con canola, avena, girasol y cebada se logra un doble propósito: proporcionar proteína para el forraje y fijar nitrógeno atmosférico, “el cual va a estar disponible en el suelo, para que el cultivo que se siembre posteriormente pueda nutrirse”.
Para identificar qué mezcla de forraje nutre de mejor manera a los animales, en el campo de experimentación donde está Leodegario se hace un manejo controlado de 21 cabezas de ganado que pastorean “directamente en el cultivo”.
Con ayuda de un cerco eléctrico móvil que funciona mediante un sistema alimentado por un panel solar, por tres días los 21 borregos pastan en un área de 720 metros cuadrados, en donde el 50 % es una siembra de mezcla de especies como la avena, cebada y triticale, mientras que en el resto hay arbustos y árboles de guaje que les proporcionan sombra y una fuente de proteína.
“Eso hace que la alimentación de este ganado sea más balanceada, más completa comparado con un sistema convencional en donde el ganado va a pastorear lo que encuentra”, resalta Leodegario.
Que el ganado llegue al terreno a comer la avena le permite consumir “lo más digerible, lo más suave: el grano” y “la parte más lignificada del tallo, es decir, la parte más leñosa” se queda en la superficie sembrada como una cobertura que ayuda a conservar humedad, además de la descomposición que se logra con el tiempo “puede contribuir con materia orgánica”.
Los investigadores que participan en el proyecto han comprobado que este sistema de pastoreo controlado “también permite controlar la maleza porque los borregos la comen, reducimos así el uso de herbicidas, a la vez de que se reducen gastos al no requerir de una persona que les cuide todo el día, ya que este cerco eléctrico se va moviendo de acuerdo con la cantidad de pastura que haya y al número de animales”.
La investigación colaborativa que promueve el CIMMYT con instituciones como el INIFAP es parte de la vinculación para implementar con éxito el proyecto CLCA, permitiendo enlazar los sistemas agropecuarios de agricultura de conservación con alternativas viables para los productores que necesitan forraje para sus animales.
Los resultados de esta plataforma de investigación cobran más relevancia ante la discusión de si es mejor retirar el rastrojo —conjunto de tallos y hojas que quedan tras la cosecha— para que lo consuma el ganado o dejarlo en la parcela como cobertura para retener humedad y proteger al suelo de la erosión.
Son “alternativas que nos van a permitir entonces mostrar cómo podemos hacer un uso equilibrado del rastrojo, tanto para los animales como para el suelo y de esta manera ir viendo cómo podemos acelerar la adopción de la agricultura de conservación, que por una parte mejora la estructura del suelo y por otra hace sostenible la producción pecuaria de ovinos con un manejo mucho más adecuado que si solo hiciéramos pastoreo extensivo”.