Paradójicamente, en un mundo donde se pierde alrededor del 14 % de los alimentos producidos y se desperdicia el 17 % de esa producción total mundial, existen actualmente cerca de 811 millones de personas padeciendo hambre.
La pérdida y desperdicio de alimentos es un fenómeno complejo que implica el desaprovechamiento de todos los recursos —agua, tierra, energía, mano de obra y capital— utilizados para su producción. Esto hace urgente la difusión y adopción de medidas y prácticas que permitan reducir las pérdidas y el desperdicio de alimentos.
La poscosecha es una actividad clave para este propósito, ya que un manejo deficiente en esta etapa pone en riesgo la producción y la calidad de la cosecha que durante meses el agricultor cuido en campo, invirtiendo tiempo y recursos.
Las pérdidas poscosecha en México se estiman en alrededor de 25 % en promedio, pero suelen ser mayores en regiones tropicales dónde la temperatura y la humedad favorecen la proliferación de insectos y hongos, dejando más propensos a los granos almacenados de manera incorrecta.
Existe una gran diversidad en las prácticas y manejo poscosecha realizado por los productores, dependiendo de la tradición, el conocimiento de alternativas, condiciones ambientales y disponibilidad de tecnologías.
Los sistemas de almacenamiento en las comunidades son diversos y se adaptan de acuerdo con las condiciones socioeconómicas, culturales y geográficas. Entre los sistemas convencionales destaca el uso de costales de polipropileno, generalmente con aplicaciones de productos de síntesis química considerados como altamente tóxicos por la FAO, la Organización Mundial de la SALUD (OMS) o la Red de Acción en Plaguicidas (PAN, por sus siglas en inglés) —entre los que destaca el fosfuro de aluminio—.
Ante esta problemática, la iniciativa Cultivos para México —de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT)—, ha instalado plataformas de investigación y módulos o áreas de extensión donde se validan y difunden prácticas poscosecha para que los productores de pequeña escala puedan garantizar a sus familias la disponibilidad de grano limpio y saludable.
En la localidad La Libertad —en San Juan Cotzocón, en Oaxaca, México—, por ejemplo, se instaló un ensayo para demostrar la efectividad de cuatro métodos de almacenamiento: botellas PET, tierra de diatomeas, cal estándar y ceniza de fogón.
Los resultados de esta evaluación, realizada junto con el productor Ramiro Ángel Valencia León, fueron claros: ante la falta de opciones como los silos metálicos herméticos y las bolsas plásticas herméticas, los recipientes PET pueden ser una excelente alternativa para conservar las característica originales —peso, color, olor, sanidad— del grano almacenado.