El Dr. Sanjaya Rajaram recibió el Premio Mundial de Alimentación 2014 como reconocimiento a su labor científica que contribuyó al aumento de la producción mundial de trigo en más de 200 millones de toneladas. Las opiniones expresadas aquí son suyas.
A menos que los diseñadores de políticas redoblen sus esfuerzos para respaldar apropiadamente una estrategia que garantice el suministro de alimentos a futuro, la actual crisis de hambre solo empeorará.
La Conferencia Internacional de Trigo 2015 celebrada en Sydney, Australia, ofreció la oportunidad de volver a tratar estos asuntos.
Son ya casi 800 millones de personas en el mundo —casi una de cada nueve personas– que padecen desnutrición y no pueden consumir alimentos suficientes para llevar una vida activa y saludable, según la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO).
Se proyecta que en 2050, la actual población mundial de 7.3 mil millones crecerá 33% y será de casi 10 mil millones, según las Naciones Unidas.
Un informe reciente del Grupo de Expertos de Alto Nivel en materia de Temperaturas Extremas y Resiliencia de los Sistemas Alimentarios Globales proyecta que la demanda de alimentos, impulsada por el crecimiento de la población, los cambios demográficos y el aumento de la prosperidad mundial, aumentará más de 60%.
La mayoría de la gente que padece hambre vive en los países en desarrollo, donde casi 14% de la población está desnutrida, señala la FAO en su informe “Estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2014”. La actual crisis de refugiados en Europa es un ejemplo dramático de que los países prósperos deben aumentar su inversión para ayudar a promover la seguridad alimentaria y la estabilidad política en los países pobres.
Reforzar la seguridad alimentaria
La inversión en la ciencia aplicada a la agricultura debe ser una prioridad. El trigo aporta el 20% de las calorías y el 20% de las proteínas que consume la población mundial. Para ir a la par con el crecimiento de la población, debemos aumentar la producción de trigo actual de 700 millones a 1000 millones de toneladas métricas anuales. Debemos también hacer frente al problema del calentamiento global derivado del cambio climático.
En los 50 años pasados, el Consorcio del CGIAR formado por 15 miembros —donde trabajé durante gran parte de mi carrera, en el CIMMYT y en el Centro Internacional de Investigación Agrícola en Zonas Áridas (ICARDA)– ha ayudado a los agricultores de pequeña escala a aumentar el rendimiento de sus cultivos y a combatir devastadoras enfermedades.
A la fecha, sin embargo, los científicos no han podido aumentar los rendimientos lo suficiente como para satisfacer la demanda mediante hibridación. La producción debe crecer 70% en los próximos 35 años –una meta que se puede alcanzar si los rendimientos anuales aumentan del nivel actual de menos 1% a por lo menos 1.7%. Es tiempo de invertir en biotecnología para asegurarnos de que los rendimientos proporcionen alimentos para un planeta siempre hambriento.
De manera simultánea, debemos mantener un balance en la cadena alimentaria y restaurar el carbón del suelo. Tienen que resolverse problemas como los de la resistencia a enfermedades, la diversidad de la semilla, el manejo del agua y el desbalance de micronutrientes.
Los gobiernos y el sector privado deben dar todo su apoyo a las iniciativas para acelerar el desarrollo de variedades nuevas de trigo ante el riesgo de una mayor inseguridad global relacionada con la inestabilidad de precios, conflictos sociales y otro de tipo de conflictos, y crisis de refugiados.
Deben garantizarnos que tendremos recursos para la investigación para resolver el rompecabezas de cómo lograr que los rendimientos aumenten. Quizá el único medio para ayudar a los pequeños agricultores y los grandes sistemas de producción corporativos a evitar una hambruna mundial sea combinar los métodos biotecnológicos ycon los métodos convencionales de mejoramiento.
Sanjaya Rajaram trabajó 33 años en el CIMMYT y ocho en el ICARDA. Las variedades de trigo que desarrolló se siembran actualmente en 58 millones de hectáreas (143 millones de acres) en el mundo. Se estima que estas variedades producen trigo para más de 1000 millones de personas cada año.